En la familia suelen presentarse situaciones de crisis que pueden llegar a romper algunas relaciones, sobre todo cuando se trata de hermanos. Pero, ¿sabemos qué hay detrás de estos pleitos tan comunes?; ¿tienen que ver los celos o hay razones más profundas?; ¿cómo es posible subsanar estas relaciones que se quiebran?

Y los padres, ¿cómo deberían actuar? ¿Deben asumir el rol de “árbitro” o es conveniente que permanezcan al margen? ¿Quizás movilizar el diálogo y ayudar a “deponer las armas?

Tres especialistas consultadas por LA GACETA acercan algunas respuestas a estos interrogantes. A veces el conflicto surge por temas de los que no se habla o porque no se pasa tiempo juntos. “Cuando hay ausencia de conversaciones, cada una de las partes se queda con su propia interpretación de los hechos, y esto puede llegar a alimentar una escalera de deducciones y supuestos que separan en vez de unir”, explica Natalia Liz Sleiman, coach sistémica y facilitadora de constelaciones familiares.

Una conversación adulta -según la especialista- necesita de personas adultas, de personas que se asuman presentes, responsables, dispuestas a escuchar y conscientes de su estado emocional. Para que una conversación una, y no separe, debe tener un propósito.

“¿Para qué conversar con mi hermano? ¿Para qué acercarme? ¿Para tener la razón?... Son preguntas que es necesario ayudarles a que puedan plantearse”, afirma.

Los padres influyen

A veces las discusiones entre hermanos pueden tener que ver con los roles, según la psicoanalista Isabel Motok.

Cada hijo representa para los padres algunos aspectos inconscientes de ellos mismos -explica- y eso a veces genera conflictos. Por ejemplo, un papá ingeniero hipervalora las condiciones para las matemáticas que tiene su hijo mayor, añade. “Pero su segundo hijo, que tiende más a la biología, es descalificado inconscientemente por su progenitor. En ese momento, la autoestima del hijo más chico disminuye y se hace notoria, ocasionando diferencias con el mayor, y entran en juego cuestiones más profundas que los celos, las expresiones más manifiestas de desequilibrio”, explica.

“Se pelean por saber quién es el mejor y más importante, quién tiene razón, o quién es el más querido y aceptado. Los padres deben tomar conciencia de qué es lo que están depositando en sus hijos y de cuáles son los mandatos que les inculcan. La realidad -resalta Motok- es que la terapia es la herramienta que permite que todo lo inconsciente se haga consciente. Y así poder entender las realidades y el detrás de escena de cada hijo. Una vez que esto esté claro, recién se puede actuar”, advierte. Los conflictos fraternales también pueden llegar al hogar influenciados inconscientemente por un hecho pasado no resuelto en la familia, como la pérdida de un ser querido o por la falta de equilibrio entre el dar y tomar; es decir, cuando uno da más de la cuenta y el otro recibe de más se produce cierto recelo. Por ejemplo, Juan ayuda económicamente a sus padres y Roberto es el que saca provecho de eso. Aquí es cuando la estabilidad de la relación se ve afectada, provocando un desorden que pide la vuelta de ese amor incondicional que caracteriza el vínculo fraternal.

Los desórdenes

“Las relaciones insanas no están al servicio de la vida ni del amor, sino de la muerte -detalla por su parte Sleiman-. A veces un hermano le hace algo al otro y este, para equilibrar el daño recibido, lo daña un poco más y así sucesivamente, hasta llegar a casos extremos”. Estos conflictos, además, muestran un desorden en el fluir de toda la vida familiar, ya que todos los sujetos del grupo familiar.

La reacción de cada hermano ante un conflicto se presenta de maneras distintas. Las agresiones físicas; las malas contestaciones; el silencio o la huida son algunas constantes. Pero, ¿por qué reaccionan así? Por más paradójico que suene, “es porque uno lo ama y lo quiere -asegura Claudia Drago, coach sistémica y facilitadora en constelaciones familiares-. Para sanar esa relación hay que ponerse como objetivo renovar ese amor fraterno”.

“Una manera hermosa de sanar es el agradecimiento. Decir ‘gracias por los momentos que vivimos’ o ‘gracias por estar cuando más te necesité’ abre una puerta a la vida permitiendo que nuestro corazón se expanda a lo nuevo”, añade.

La disculpa también es una herramienta muy útil para arreglar conflictos, pero es necesario diferenciarla de la accción de perdonar: “si yo digo perdoname, le estoy dando al otro la posibilidad de que me diga sí o no -explica Drago- y lo coloca en un lugar de soberbia, como si el otro fuera más importante”. En cambio, la disculpa -en opinión de la especialista- es un acto en el que uno se da cuenta del error y ve la posibilidad de subsanarlo. “Hay que aprender que uno también puede errar y comenzar de nuevo. Eso es un trabajo interno de cada persona”, dice.

Según Sleiman es valioso aceptar al otro tal como es, aconseja usar el humor para salir de situaciones tensas, observar lo que une a los hermanos y validar lo que los separa.


El ejercicio del control individual gracias a la terapia 
Un hermano puede proyectar emociones exacerbadas o enojos desmedidos y sin motivo que se justifican con un “no hay feeling” o “nunca nos llevamos bien”, según Natalia Liz Sleiman. Ese es el caso de María Belén Occhipinti, una estudiante de 24 años, que vive en constante pelea con su hermana mayor. No conviven juntas pero se ven casi todos los días. “Todo lo que hago lo ve mal. Vivimos peleando pero nunca es por alguna razón grave, por suerte -cuenta-. Tal vez siente celos de mí por haberle quitado el título de ‘la hija menor’, cosa que ‘disfrutó’ por 13 años hasta que llegué yo al mundo”. Describe la relación entre ellas como de amor-odio.
Belén y su hermana pueden tener muchas diferencias, quizás una nueva cada día, pero, sin embargo, cuando una tiene algún problema, la otra es la primera en saberlo. “Tal vez a mi hermana le cuesta mucho recibir ayuda, y más si viene de alguien menor como yo”, sostiene Belén. Además asegura que con terapias psicológicas pudo cambiar la forma en la que reaccionaba. “Ya no le contesto a los gritos, no me enloquezco como antes-admite-. Simplemente me coloco en una posición más sumisa y trato de escucharla; si no aguanto la situación, me levanto y me voy”, asegura.

> “Uno para el otro”
El ejercicio del control individual gracias a la terapia
 

Un hermano puede proyectar emociones exacerbadas o enojos desmedidos y sin motivo que se justifican con un “no hay feeling” o “nunca nos llevamos bien”, según Natalia Liz Sleiman. Ese es el caso de María Belén Occhipinti, una estudiante de 24 años, que vive en constante pelea con su hermana mayor. No conviven juntas pero se ven casi todos los días. “Todo lo que hago lo ve mal. Vivimos peleando pero nunca es por alguna razón grave, por suerte -cuenta-. Tal vez siente celos de mí por haberle quitado el título de ‘la hija menor’, cosa que ‘disfrutó’ por 13 años hasta que llegué yo al mundo”. Describe la relación entre ellas como de amor-odio.
Belén y su hermana pueden tener muchas diferencias, quizás una nueva cada día, pero, sin embargo, cuando una tiene algún problema, la otra es la primera en saberlo. “Tal vez a mi hermana le cuesta mucho recibir ayuda, y más si viene de alguien menor como yo”, sostiene Belén. Además asegura que con terapias psicológicas pudo cambiar la forma en la que reaccionaba. “Ya no le contesto a los gritos, no me enloquezco como antes-admite-. Simplemente me coloco en una posición más sumisa y trato de escucharla; si no aguanto la situación, me levanto y me voy”, asegura.